Por Adrián Freijo.

 

Y Alberto asumió un día la presidencia del partido, imponiendo al momento la impronta de su propio peso: más cerca de Intrusos y 678 que de las Veinte Verdades.

Un 17 de octubre de 1945 el pueblo en la calle llevó a Perón a encaramarse en la historia y lo puso frente a la disyuntiva de crear una nueva realidad en la Argentina o, de mínima, cambiar el rumbo de una revolución que languidecía en sus propias incoherencias.

Si el predestinado estuvo o no a la altura de aquel mandato es algo que aún hoy disputan sus seguidores y detractores. Pero desde aquel día y hasta su muerte, Juan Domingo Perón ocupó el centro de la escena nacional y tuvo como sostén el apoyo incondicional de aquella masa a la que nunca, aún en tiempos de pendular incoherencia, hizo que se sintiese defraudada.

Un 22 de marzo de 2021 Máximo y Cristina Kirchner se encerraron en un despacho para concluir que la mejor forma de terminar con el peronismo, alinearlo a la política de la compraventa que ellos siguen considerando la más adecuada y neutralizarlo como polo de poder era llevar a Alberto Fernández a su presidencia. ¿No habían hecho lo mismo con la república y había con ello conseguido la centralidad de las decisiones mientras el cambiante operador capitalino pasaba su tiempo en la Rosada tratando de explicar por las tardes lo que había afirmado por la mañana?.

Y Alberto, como tantos otros en siete décadas, ocupó formalmente aquellos escritorios que antes habían cobijado al líder fundador y lo hizo «bajando línea» de lo que considera sus prioridades.

«Otros se levantan de la cama, hacen Zoom y nos critican, y escriben libros, donde no son capaces de admitir ni cercanamente el desastre que hicieron», subrayó Fernández, al hacer referencia al blooper de Mauricio Macri en el encuentro virtual de la Mesa Nacional del frente opositor, en el que se vio a Juliana Awada recostada en la cama.

Mucho más consciente del momento que le tocaba protagonizar, el fundador tenía una mirada más profunda y abarcadora. «Muchas veces he asistido a reuniones con trabajadores, pero esta vez sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores que es lo único que puede hacer grande e inmortal la Patria…(..) ¡Únanse…! Sean hoy más hermanos que nunca… sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse la unidad de todos los argentinos…» había dicho Juan Perón cuando la historia golpeó a su puerta.

Hoy Alberto sostuvo que el peronismo en sus distintas etapas históricas «tiene esa capacidad de encontrar salidas, con ingenio, para sacar a los que cayeron en el pozo», sin siquiera asumir una cuota parte de responsabilidad por tantos millones de argentinos en esa situación y mucho menos fijar el horizonte de lo que debería ser el campo del peronismo que viene.

«No quiero terminar sin lanzar mi recuerdo cariñoso y fraternal a nuestros hermanos del
interior 
que se mueven y palpitan al unísono con nuestros corazones, desde todas las extensiones de la patria. A ellos, que representan el dolor de esta tierra, vaya nuestro cariño, nuestro recuerdo y nuestra promesa de que en el futuro hemos de trabajar a sol y a sombra por que sean menos desgraciados y puedan disfrutar mejor de la vida» dijo Perón aquel lejano 17 de octubre, integrando en un instante a millones de argentinos que hasta entonces no eran tenidos en cuenta y a los que el peronismo actual convierte en esclavos de caudillejos provinciales que solo piensan en instalarse en la superestructura del poder central para lucrar con sus abyectas lealtades. Muchos de ellos estaban hoy en la escuálida ceremonia de asunción del nuevo presidente del partido, alimentando el besamanos de la obsecuencia mediocre que abjura y niega la historia del peronismo.

Visiones distintas, magnitudes distinta, legitimidades distintas, que marcan dos épocas bien diferentes: la del surgimiento de un movimiento conducido por quien encarnaba una idea y un sentimiento y la del ocaso de un proyecto que hoy se sostiene sobre millones de argentinos pobres, centenares de causas abiertas por corrupción contra funcionarios que no atinan a explicar su riqueza y un pueblo que exige prebendas y asistencia económica para asegurar aquella lealtad que durante décadas se sostuvo con fe ciega en el valor de sus líderes.

O para ponerlo en términos sencillos…un sueño que se convirtió en negocio.