A pesar del desarrollo casi milagroso de vacunas efectivas contra el COVID-19 en 2020, el virus siguió propagándose y mutando a lo largo de este último año.

 

La falta de una colaboración mundial eficaz fue la causa principal de la prolongación de la pandemia. En 2021 también se puso en marcha un programa respaldado por las Naciones Unidas para ayudar a los países en desarrollo a proteger a sus poblaciones contra el virus, y se adoptaron medidas de preparación para futuras crisis sanitarias mundiales.

Desafortunadamente, en noviembre una nueva variante del coronavirus, con el nombre de la letra griega ómicron, se convirtió en motivo de preocupación mundial, ya que parecía contagiarse mucho más rápidamente que la cepa dominante delta. Las constantes advertencias de la ONU de que las nuevas mutaciones eran inevitables y el fracaso de la comunidad internacional para garantizar la vacunación de todos los países, y no sólo la de los ciudadanos de las naciones ricas habían sido claramente desoídas.

En una rueda de prensa a mediados de diciembre, el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, advirtió que ómicron se estaba "propagando a un ritmo que no habíamos visto en ninguna de las variantes anteriores”. “Seguramente, ya nos hemos dado cuenta de que subestimamos este virus a nuestra cuenta y riesgo", sentenció.