Si bien fue fundada por Mariano Moreno en 1810 y llamada Biblioteca Pública de Buenos Aires hasta 1884, fue recién dos años después de su creación cuando se inauguró para el público.

 

La primera sede de la Biblioteca estuvo ubicada en lo que hoy se conoce como la Manzana de las Luces, en la intersección de las actuales calles Moreno y Perú. Los primeros bibliotecarios de entonces fueron Fray Cayetano Rodríguez y Saturnino Segurola. Mariano Moreno, por su parte, había sido designado como protector. 

Hacia 1823 la Biblioteca ya albergaba un patrimonio superior a los 17.000 volúmenes y nunca paró de crecer. Y es por este gran caudal bibliográfico que la Biblioteca se convirtió en una de las más importantes de América. Hoy cuenta con más de tres millones de ejemplares, y más de medio millón de diarios y revistas.

El 17 de abril de 1879, con la dirección de Manuel Ricardo Trelles, se concretaron diversas mejoras para las actividades bibliográficas y de infraestructura. Trelles permaneció en el cargo hasta 1884, cuando el establecimiento pasó a la jurisdicción del Gobierno de la Nación. Para ese entonces, principios de 1880, la Biblioteca ya contaba con una concurrencia de más de 7700 lectores. Y hacia 1882, la institución ya poseía 32.600 volúmenes.

Bajo la órbita nacional, el 5 de octubre de 1884 se nombró a José Antonio Wilde como su primer Director Nacional. Wilde murió a los tres meses de asumir, pero logró implantar, durante ese corto periodo, el servicio nocturno y la adquisición de nuevos materiales bibliográficos. Hacia 1893 la Biblioteca poseía ya un fondo de 62.707 ejemplares.

Borges director

A comienzos del nuevo siglo, en 1901, la institución se trasladó al edificio de la calle México 564, que en un principio había sido elegida para albergar la Lotería Nacional. Sin embargo, se cedió el lugar para la Biblioteca. El estilo Beaux-Arts de la construcción fue obra del arquitecto italiano Carlos Morra. Y aquí, entre 1955 y 1973, el escritor Jorge Luis Borges ocupó el cargo de Director de la Biblioteca Nacional. Al asumir la dirección, el escritor ya había perdido la vista y, según se comentó, escribió su célebre “Poema de los dones”, cuya primera estrofa dice: "Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche". En 1992, la Biblioteca Nacional se trasladó a su actual edificio, ubicado en Avenida del Libertador y Austria.

Más tarde, en 1960 y por la Ley N.º 12.351, se destinaron tres hectáreas para la construcción del actual edificio de la Biblioteca Nacional, entre las avenidas del Libertador y Las Heras, y las calles Agüero y Austria. Se trata de terrenos que correspondieron al antiguo Palacio Unzué. “El edificio construido por los arquitectos Clorindo Testa, Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga, el cual proyecta una moderna estructura, considerada de estilo brutalista debido a sus formas geométricas y a la presencia del hormigón a la vista”, dicen desde la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. 

Y agregan: “Esta construcción representa el último capítulo de una rica serie arquitectónica compuesta por otros dos edificios históricos: el de sus orígenes, en la Manzana de las Luces, y su clásica sede de la calle México, en el barrio de San Telmo, inaugurada a principios de siglo XX por su entonces director, Paul Groussac. Este último edificio se encuentra hoy en restauración para albergar allí el Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges –en reconocimiento a su trayectoria como director de la institución–, el cual oficiará como un espacio de muestras e investigación y como residencia para escritores que visiten la ciudad”.

Actualmente, la Biblioteca Nacional atesora, resguarda y pone al servicio de todos los argentinos, a través de las más modernas técnicas bibliotecológicas, los materiales y documentos con los que se forjaron las distintas ideas y épocas del país. Ayer, luego de cumplirse un año de la pandemia, esta gran casa del libro y el conocimiento, reabrió sus puertas con todos los protocolos sanitarios necesarios para volver a acercar todas sus colecciones de documentos, manuscritos, libros, revistas, periódicos, fotografías, mapas, grabados, audiovisuales y partituras a todos los públicos. 

De esta manera, la Biblioteca continúa presente con una cultura siempre viva que, como dicen desde sus instalaciones, “espera ser redescubierta por la mirada de sus lectores e investigadores, reconociendo los tonos de un país heterogéneo y los puntos de vista de un pasado que no cesa de producir preguntas y proyectar imágenes sobre el presente”.

El Museo del Libro y de la Lengua: comienzan las exposiciones

Este 20 de marzo, el Museo del Libro y de la Lengua, dependiente de la Biblioteca Nacional, también abre sus puertas con una de las primeras muestras que dan comienzo a su agenda cultural 2021. En este caso, se trata de la exhibición Las Nadies: una presentación de las microhistorietas editadas por el INADI, como reconocimiento a la labor de las mujeres que a lo largo y ancho del país sostienen comedores populares, arriesgando sus vidas en plena pandemia.

Cinco habitaciones, estantes hasta el techo

Suelen entreverarse, confundirse los días agitados, los verdes cortos años sin tregua y los apellidos hoy próceres, cuando se trata de ponerles nombres propios y fechas precisas a los primeros avatares de la institución que con el tiempo llegaría a ser nuestra querida Biblioteca Nacional. Hubo hechos y hubo polémicas centenarias, ideologizadas y reveladoras de tensiones que no cierran todavía ni tienen por qué.

Elegimos con amor y fundamento que la fundó lúcida, agónicamente, un anónimo e innegable Mariano Moreno. Y lo hizo cuando escribió acalorado y no firmó su memorable artículo “Educación”, en el ejemplar de La Gazeta -esa invención toda suya también- del 13 de septiembre de 1810.

Es en ese texto programático y casi desesperado que flamea en las columnas del novísimo periódico de la Revolución -que no es un decreto pero sí un testimonio flagrante- donde el fugaz Secretario, con una Junta ya en crisis y jugada políticamente a todo o nada, decide el volantazo teórico, la apuesta iluminada. Así, en medio de la guerra que se come entre fragores de corceles y de acero los dineros públicos y los sueños de gloria militar de jóvenes enceguecidos por las vistosas charreteras y escarapelas de color aún vacilante, propone, decide “formar una Biblioteca Pública”. Y lo hace. A contrapelo de las aparentes necesidades primarias de la hora, lo hace.

“La Biblioteca surge de una idea de peligro, quizá de catástrofe”, escribe Horacio González siguiendo a Groussac, primer lúcido historiador de la institución. Así dice / piensa Moreno, brillante y exhortativo: “Los pueblos compran a precio muy subido la gloria de las armas, y la sangre de los ciudadanos no es el único sacrificio que acompaña los triunfos”. Y subraya el fervoroso escándalo: hasta el Colegio de San Carlos donde deberían formarse los jóvenes se ha convertido en cuartel. “La Junta se ve en reducida a la triste necesidad de crearlo todo –describe, asomándose al abismo intuido-, y aunque las graves atenciones que la agobian no le dejan todo el tiempo que deseara consagrar a tan importante objeto, llamará en su socorro a los hombres sabios y patriotas, que reglando un nuevo establecimiento de estudios, adecuado a nuestras circunstancias, formen el plantel que algún día produzca hombres que sean el honor y la gloria de su patria”.

Ese es el gesto que motiva la estupefacción admirada de Groussac. El francés que no regala nada en el juicio, apunta que, pese a todo, ante el desasosiego feroz de las circunstancias “…esa Junta inexperta encontró tiempo para decretar y realizar la erección de la biblioteca pública”. Y lo dice y escribe a fin de siglo, ochenta años después, ya en la renombrada Biblioteca Nacional, sentado en su escritorio del primer piso del mismo edificio de las viejas calles Biblioteca y Representantes (devenidas Moreno y Perú) en la esquina sin ochava de la Manzana de las Luces que alguna vez fue bastión jesuita. Y que ahí está, cachuza, todavía.

Allí se estibaron con relativo orden y concierto aquellos primeros miles de ejemplares –donaciones solidarias, confiscaciones revolucionarias– en cinco habitaciones con estantes hasta el techo. Finalmente, un día como hoy, el 16 de marzo de 1812, después de transcurrido un tempestuoso año y medio desde su fundación, la valiente Biblioteca abrió sus puertas al público (cuatro horas por la mañana) en aquella casi impensable Buenos Aires en pandemia guerrera que no quería renunciar y no renunciaría a la aventura de leer.

Los equívocos que provoca la ligereza de la repetición mecánica del dato -hoy habitualmente apantallado sin criterio-, permite descubrir que para algunos es el ilustre “protector” de la criatura, Mariano Moreno, quien la inaugura, la sigue inaugurando todavía. Y no, tristemente no. Cuando su sueño se concretó –juntar libros y lectores al fin- el brillante y de algún modo inasible ideólogo iluminado ya era reciente Historia Antigua, muerto en desgracia y en altamar un año atrás.

Suelen entreverarse fechas, nombres, ademanes al tratar de fijar aquellos años de sangre fácil y sueños devenidos utopía o pesadilla. Como se preguntaba Ezra Winston: “¿Está el pasado tan muerto como creemos?”.